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de mayo de 1995. 20.00 horas. La avenida Tenor Fleta está atestada de
autobuses. Centenares de zaragocistas ocupan su asiento rumbo a París,
pero en la calle la circulación es imposible. Antonio Mariñosa,
presidente de la peña zaragocista San José, ayuda a la guardia urbana a
dirigir la salida de la caravana de los 32 autocares que la Peña ha
fletado. Nadie se percata de ello y el autobús donde Antonio debía
marchar a París se va. Solo el coche escoba para los más rezagados le
permite llegar a la capital francesa. Todavía no lo sabe, pero al día
siguiente va a vivir una jornada que se recordará 20 años después.
Ahora.
Igual que Antonio, otros 20.000 zaragocistas se desplazaron hasta el
país vecino para presenciar la final ante el Arsenal. La carretera
aglutinó la mayor parte del desplazamiento, pero hubo quien viajó en
tren y en avión. También hubo aficionados que se quedaron en Aragón. Uno
de ellos, Francisco Bordonada, recuerda con nostalgia aquel día: "Viví
la final en Zaragoza. Era chófer de TUZSA y me fue imposible acudir".
José Ortiz, aficionado de cuna del Zaragoza, tampoco tuvo la suerte de
disfrutar del encuentro por un motivo muy diferente: "Coincidió que
estaba en la mili. Estuve durante ocho días de instrucción y el día de
la final nos pusimos allí una televisión para poder ver ganar al
Zaragoza", declara.
Otros comenzaron los preparativos una semana antes. José Luis
Villuendas, de la Peña Los Magníficos, todavía se emociona cuando evoca
aquellos días. "Estábamos muy nerviosos, llevábamos mucho tiempo
preparando las banderas y las bufandas y la cinta con el himno del
Zaragoza fue nuestro bien más preciado en el coche. Lo escuchábamos a
todas horas", dice.
12 horas en la carretera
La expedición con el grueso de la afición transitó las carreteras
durante más de doce horas. Cantando, bebiendo y disfrutando, el viaje de
ida a París se convirtió en una fiesta que luego continuaría a las
orillas del Sena. "Quedamos cinco horas antes de salir para beber. Era
el autobús más barato de todos y era lentísimo. Nos adelantaba todo el
mundo. Pero ni nos enteramos, íbamos repletos de neveras y el viaje no
fue nada pesado. Lo pasamos en grande", rememora Rafael Estaje, miembro
de la Peña zaragocista de Garrapinillos.
Los aledaños de la Torre Eiffel y la zona de Trocadero recibieron a
las miles de gargantas blanquiazules hasta la hora del partido. El vino
aragonés regó París. "Íbamos de mochileros, con nuestro bocadillo y un
montón de botas de vino. El ambiente que se preparó allí fue
formidable", asegura Villuendas. Sebastián Lasierra, presidente de la
Peña Los Aúpas, que disfrutó de la jornada junto a su hija, señala que
"aunque yo había pasado por la Copa de Ferias y me había recorrido toda
España con el Zaragoza de final en final, lo visto en París fue
inimaginable".
Y extraordinaria fue también la afinidad que ingleses y aragoneses
tuvieron durante toda la jornada. Al grito de "este año, París es maño",
ambas aficiones compartieron bebida, intercambiaron bufandas y se
hicieron fotografías exhibiendo sus colores. "A nosotros nos tenían en
el césped y a ellos en el cemento y venían en oleadas hacia donde
estábamos. Estuvimos encorriéndonos durante un rato pero al final
conseguimos quedarnos con la torre", confiesa entre risas Pili Alfonso,
miembro de la Peña de Garrapinillos. Esa conquista del símbolo parisino
la representó una bandera del Real Zaragoza. "Hubo un tío que se subió a
la torre, con todos los gendarmes abajo, y puso la bandera mientras la
gente le aplaudía", se acuerda Ángel Aznar, que estuvo allí con sus
compañeros de Garrapinillos.
El turismo por París
Aunque el viaje a París estuvo protagonizado por la fiesta y el gozo
de los aficionados, hubo quien también disfrutó del turismo en la
capital. Ángel Luis Bueno fue uno de ellos: "Yo fui en avión con un
amigo y estuvimos de turismo porque él todavía no había estado.
Visitamos los lugares típicos, museos, los Campos Elíseos, y también nos
juntamos con el resto de aficionados", confirma Ángel. Otros llevaron
al extremo su viaje a París. "El chófer de nuestro autobús tenía entrada
pero se fue a una tienda de discos y no vio el partido", cuenta Chema
Roldán, socio de la Peña de Garrapinillos.
Pero el recuerdo verdaderamente imborrable llegó a las 20.15 horas,
cuando comenzó a rodar el balón. "Teníamos la convicción de que íbamos a
ganar. Habíamos pasado eliminatorias muy duras contra el Chelsea y el
Feyenoord y el cuerpo te decía que seríamos campeones", recuerda Alfredo
Beltrán, abonado de toda la vida del Zaragoza y miembro de la Peña San
José.
El primer momento de explosión llegó en el minuto 67 con el gol de
Esnáider. «El Seaman este aún no sabe por dónde le coló el balón. Fue
mucho mejor ese gol que el de Nayim», comenta Antonio Mariñosa. Luego
vino el empate de Hartson y ahí la afición dudó. «Estuvimos con el culo
prieto y no queríamos los penaltis porque los tirábamos muy mal», señala
Ismael Pinilla, abonado del Zaragoza.
Y solo el gol de Nayim impidió la tanda. Cada uno lo recuerda de
manera diferente. «Hubo un segundo que pareció que se paraba todo, nadie
reaccionaba», asegura Lasierra. «Yo cuando chutó me salió un `me cago
en la madre que te parió' y de ahí pasé al `aivaivaiva'. Fue algo
inarrable y es un gol que marcó la historia del Zaragoza», menciona
Alfredo Beltrán.
Tras el gol, la afición celebró en el campo la gesta y desfiló hacia
los autobuses, callada, todavía en shock. El viaje de vuelta se pasó en
silencio. Nadie era consciente de que habían compartido, junto a 20.000
almas, un día histórico. El día más grande del Real Zaragoza.